Afganistán: Biden tiene razón, pero Blinken está reprobado

El presidente Biden tiene razón cuando afirma, para justificar la salida de Afganistán, que las tropas de Estados Unidos no pueden estar en una guerra que sus aliados afganos no están dispuestos a dar.

La primera pregunta, que brinca por su obviedad, es ¿qué hacía Estados Unidos ahí donde nadie lo llamó?

George W. Bush tuvo razón cuando ordenó invadir Afganistán para dar caza a Bin Laden y su estado mayor, y a todo el gobierno de ese país que fraguó los ataques terroristas a Washington y Nueva York.

Una vez cumplida esa tarea, el presidente Obama decidió (contra la opinión del vicepresidente Biden) que Estados Unidos debía quedarse ahí para ayudar a construir la democracia y un régimen con libertades y derechos humanos.

Fue mucho lo que Estados Unidos ayudó en esos terrenos.

The New York Times cita a la revista Time para recordar que en 2001, cuando ocurrió la invasión, no había niñas en las escuelas, y hoy millones acuden a ellas.

Decenas de miles de mujeres van a la universidad y estudian desde medicina hasta bellas artes.

No había teléfonos celulares en Afganistán, y hoy 70 por ciento de la población lo tiene, con acceso a internet.

El mundo existe, para los afganos, a partir de la caída del talibán en 2001.

Sostener ese estado de cosas, sin embargo, exigía una presencia permanente de tropas de Estados Unidos en ese país.

Por la orografía de Afganistán, era imposible vencer en esa guerra que tampoco ganaron los británicos y el Ejército Rojo de la entonces Unión Soviética. Estados Unidos tenía que salirse de ahí.

(Trump quiso una retirada total y la burocracia militar y diplomática se opuso, por lo que sólo dejó a 2 mil 500 soldados en ese país).

El problema a resolver era cómo salir, sin dejar en manos del talibán a miles de afganos que trabajaron con los estadounidenses, o lo hacen para organismos internacionales que se establecieron en ese país a partir de 2001.

Los que creyeron y trabajaron por la democracia y los derechos humanos hoy están en riesgo de muerte (el talibán ya ha asesinado a cerca de 500 traductores).

Antony Blinken, secretario de Estado, no supo cómo operar la retirada.

Desde abril anunció Biden que Estados Unidos sacaría todas las tropas en septiembre, y Blinken no pudo armar una agenda de evacuación de sus miles de aliados.

A Estados Unidos no les daban visa. Pudieron llevarlos a Guam, y no lo hicieron. Tiempo tuvieron, de sobra.

Ayer le pregunté a un estimado profesor en la universidad cuál era su opinión de Blinken, y me contestó con severa ironía: “Who is Blinken?”.

Por lo visto, le queda enorme el cargo que recientemente ocuparon, y no sin tropiezos, personas de la talla de John Kerry, Hillary Clinton, Colin Powell, Madelleine Albright, Warren Christopher, James Baker…

Cuando asumió la titularidad del Departamento de Estado, el entonces primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, le recordó a Blinken que el hábito no hace al monje: no le tomaba las llamadas.

La primera reunión de acercamiento con China, en Alaska, en marzo de este año, fue un fracaso para el secretario de Estado, que se declaró sorprendido porque las conversaciones terminaron mal.

Días después, el 19 de marzo, el especialista Fred Kaplan resumió la situación: Blinken comenzó la reunión con la lectura de un texto, de dos minutos, que acusaba a China de aplastar la democracia en Hong Kong, de genocidio en Xinjiang y de ataques cibernéticos a Estados Unidos.

El canciller chino –Yang Jiechi– le respondió con 16 minutos de recordatorio de las invasiones estadounidenses en el mundo, su diplomacia de extorsiones, los asesinatos de afroamericanos, el deterioro de su democracia, y que si hay un campeón mundial de ataques cibernéticos, ése es Estados Unidos.

Blinken fue hostil con China, sin estar preparado para la hostilidad de los chinos.

Carece de experiencia. Y cuando ha sido puesto a prueba, se ha equivocado.

Fue subsecretario de Estado con Obama, donde apoyó activamente la intervención militar estadounidense en Libia (contra la opinión de quien era, desde antes, su padrino político, Joe Biden).

Pugnó por enviar más tropas a Siria. Apoyó la invasión a Irak.

Después respaldó el apoyo militar a Arabia Saudita para que interviniera en la guerra civil (siete años lleva) en Yemen, contra los hutíes. Ahora reconoce que fue un error.

Blinken sabe, y mucho, de temas europeos. Parte de su educación la hizo en Francia. Pero como secretario de Estado, queda a deber.

Uno de los temas más importantes para Estados Unidos, la relación con México, el Caribe y América Central, Biden se lo encargó a Kamala Harris.

Y ahora, el descalabro en Afganistán.

En un tema en el que el presidente tiene la razón –salirse de esa guerra–, Estados Unidos ha perdido credibilidad como aliado confiable por una mala planeación del operativo.