Defender el futuro

Lo que hoy tenemos que hacer es impedir que desde el poder se modifiquen las reglas para obstaculizar nuestra participación, porque de eso se trata.

Una reforma electoral propuesta desde el poder no puede tener otro objetivo que mantener el poder a toda costa. Quien tiene el poder no buscará modificar las reglas para perderlo con más facilidad. Una vez comprendido esto, pienso que no debería haber mayor discusión al respecto. Cuando, como hoy, quien tiene el control del Ejecutivo tiene mayoría en el Legislativo, intentar cualquier negociación llevará al fracaso.

No importa cuántas brillantes ideas se tengan de cómo mejorar las elecciones en México, hoy no pueden discutirse, so pena de perder la democracia. Sea una segunda vuelta, cambio en el número de diputados, urnas electrónicas, financiamiento público, lo que sea, no tiene espacio en este momento. Quienes incluso se imaginan un régimen parlamentario, o la existencia de vicepresidencia, peor aún.

Después de las elecciones de 2024, con un nuevo Congreso y un nuevo Ejecutivo, será el momento de plantear todas esas ideas, y sumarle otra avalancha relativa al tema fiscal, para buscar cuál debe ser el camino de México para el siguiente cuarto de siglo. Si en ese momento se encuentran consensos alrededor de las ideas mencionadas, y de muchas otras más, se podrá avanzar en un nuevo conjunto de reglas electorales y fiscales que den viabilidad a lo que quede del país para entonces. La destrucción institucional y la crisis fiscal en que estamos no debe menospreciarse. El proceso de reconciliación y reconstrucción, como bien definió Aguilar Camín, requerirá de todas las ideas y todos los ánimos posibles. Pero eso será entonces, no hoy.

Lo que hoy tenemos que hacer es impedir que desde el poder se modifiquen las reglas para obstaculizar nuestra participación, porque de eso se trata. Tenemos que dejar muy claro que no queremos modificar la manera en que elegimos a nuestros gobernantes, aunque nos equivoquemos al hacerlo. Tenemos que hacerlo por todas las vías posibles, entre ellas la manifestación pública. Esta columna se suma al llamado a esa expresión, el domingo 13 de noviembre a las 10:30 de la mañana. No se trata de confrontar a ninguna fuerza política, o de impulsar a otra. Se trata de mantener nuestro derecho a elegir, a equivocarnos al hacerlo y a corregir cuando sea necesario. Es la defensa de la democracia. En ella, cualquiera puede ganar, cualquiera puede perder, pero lo decidirán los votantes, y no el inquilino de Palacio.

Defender la democracia no está resultando sencillo, en el mundo entero. Mañana mismo habrá elecciones intermedias en Estados Unidos, donde un tercio de los votantes cree en el mito del fraude de 2020. Mito promovido por Donald Trump, quien incluso intentó un golpe de Estado el 6 de enero de 2021. Desde entonces, el Partido Republicano ha seguido perdiendo su alma a manos del trumpismo, un movimiento autoritario, racista, mitómano, que en caso de tener el poder suficiente buscará perpetuarse por encima de la voluntad de los estadounidenses.

Desafortunadamente, tiene enfrente a un Partido Demócrata donde una proporción no menor sufre de los mismos males: autoritarismo, racismo, mitomanía, muy evidentes en universidades y medios de comunicación, en los que cunde la cultura de la cancelación, que sólo permite opinar a quien tiene opiniones coincidentes con ellos. Es igual de antidemocrático cancelar el derecho a expresarse que alterar los distritos electorales para minimizar a los oponentes.

El reto de mantener vigente la democracia, el derecho a expresarse y a elegir a los gobernantes, es monumental. Quienes buscan el poder confían en que la mayoría de la población no tenga ni la información ni el valor suficientes para defender sus derechos. Probemos que se equivocan. Seamos claros y contundentes. De entrada, este domingo en las calles. Además, todos los días, en todos los espacios. Nos jugamos nuestro futuro.