Fanáticos en acción

Así sea en países tan distintos como Afganistán, México y Estados Unidos, la brutalidad contra la educación hermana a los fanáticos.

La atacan, quizá sin saberlo, porque la educación constituye el más poderoso blindaje contra el extremismo, que es esencialmente irracional.

Esa es la tendencia natural de los radicales: atacar a la educación. Cada quien a su manera, con sus métodos. Lo estamos viviendo.

Aquí en Estados Unidos dos gobernadores, Greg Abbott y Ron de Santis, de Texas y Florida respectivamente, emprendieron una campaña de represión contra la exigencia de mascarillas en el nuevo ciclo escolar.

Ellos, dos radicales, ponen el ejemplo al presentarse sin cubrebocas en lugares cerrados. “No hay evidencia científica” de su utilidad, dicen.

Ambos prohibieron que fuera obligatoria la mascarilla en las escuelas. De Santis, en Florida, dijo que recortaría fondos a los distritos escolares que pusieran la obligación del cubrebocas.

Las escuelas públicas se rebelan. No todas. Las que aceptan la orden del radicalismo, pagan las consecuencias. Los aislados o contagiados aumentan por miles… de un día para otro.

En el distrito escolar del condado de Hillsbourgh (Tampa), de lunes a martes de esta semana creció en tres mil el número de escolares en cuarentena. Antes del martes eran ocho mil.

Greg Abbott, gobernador de Texas, con todo y su esquema de vacunación completo, el lunes dio positivo a la prueba Covid, y no obstante ello continúan las disposiciones oficiales que prohíben la exigencia de cubrebocas en las escuelas.

Síntesis: los dos estados que gobiernan ambos extremistas, concentran 40 por ciento de todos los hospitalizados por Covid en este país, que tiene 50 estados.

Talibanes, a su manera.

Y siguen duro y dale contra la salud de los que se educan en escuelas públicas. Si hay mandato de protegerse, les quitan recursos económicos.

En México no le cortan la nariz a ninguna mujer por aprender a leer y a escribir, como hacía, y volverá a hacer, el talibán afgano. Pero le cortan las alas a la infancia pobre de Oaxaca, Chiapas y Guerrero, al ponerla en manos de violentos e ignorantes que mantienen su puesto porque gritan “maestro luchando, también está enseñado”.

Ya se verá el daño causado a México por destruir la reforma educativa.

¿Qué han aprendido los niños en estos meses de pandemia, sin computadoras ni herramientas básicas para la educación en línea?

Y ahora que regresen a clases presenciales, a riesgo de su salud, estarán frente a muchos trogloditas en los estados más pobres del país, que sólo rinden cuentas a sus líderes partidistas o sindicales, y no ante examinadores profesionales.

Hoy el tema educativo no está en el centro de la atención en México porque la prioridad es resolver el día a día, sobrevivir en manos de radicales que niegan a la ciencia y menosprecian la vida.

Pero ya veremos, al cabo de unos años, cómo se agrandó la brecha de la desigualdad en México, originada en esta época de oscurantismo medieval.

En Afganistán, el sábado 8 de mayo de este año, los talibanes volaron una escuela en la capital del país. Mataron a más de ochenta niñas y niños que ahí tomaban clases.

La educación es un peligro para el extremismo. Una amenaza mortal.

Los talibanes paquistaníes le dispararon en la cabeza a una niña, para matarla porque alentaba a otras niñas a educarse. Sobrevivió, y es la premio Nobel de la Paz más joven que haya habido: Malala Yousafzai.

Ella, que continúa su activismo por la educación, escribió el lunes en The New York Times:

“Los talibanes, que hasta 2001 impidieron que casi todas las niñas y mujeres asistieran a la escuela y repartieron duros castigos a quienes los desafiaron, han vuelto a tener el control (de Afganistán). Como muchas mujeres, temo por mis hermanas afganas”.

Evocó lo que es vivir acosada por querer estudiar: “No puedo evitar pensar en mi propia infancia. Cuando los talibanes se apoderaron de mi ciudad natal en el valle Swat, de Pakistán, en 2007, y poco después prohibieron que las niñas recibieran educación. Escondí mis libros bajo mi largo y grueso chal y caminé a la escuela con miedo. Cinco años después, cuando tenía 15 años, los talibanes intentaron matarme por hablar sobre mi derecho a ir a la escuela”.

La pesadilla está de regreso: “Las niñas y mujeres jóvenes afganas están una vez más donde yo he estado: desesperadas por la idea de que tal vez nunca más se les permita ver un aula o sostener un libro”.

Con turbante, guayabera o camisa y corbata, el radicalismo se ensaña contra la educación y tiene al mundo por enemigo.

Siempre recuerdo cuando al terminar una improvisada reunión con niños en la plaza de Uruk (donde se inventó la escritura, en el sur de Mesopotamia), durante la invasión a Irak en 2003, le dije a mi traductor y amigo Nizar Dana que era sorprendente que esos infantes con sotana y cofia pidieran becas para estudiar en México.

-Les serviría mucho salir, para conocer el mundo, le dije.

No, corrigió Nizar: “para no odiar al mundo”.

Con la ropa que sea, en la época que sea y en la región que sea, la educación y la ciencia son las adversarias del fanatismo, que se nutre de la ignorancia y su objetivo es anular u oprimir al que piensa diferente.

Es lo que padecemos ahora, con distintas expresiones pero las mismas raíces, en Estados Unidos, México o Afganistán.