HAY QUE CUIDAR AL ARBITRO

“Sabe perfectamente que no ganó”, dijo López Obrador sobre Calderón hace unos días en la mañanera. “Que fue un fraude, que lo impusieron.”

​El árbitro en esas elecciones fue el Instituto Federal Electoral (IFE) y dio por ganador a Calderón con una diferencia de apenas 0.58 por ciento (o 243 mil votos). Pero AMLO nunca ha aceptado esos resultados.

​Poco después de las elecciones, en ese julio del 2006, entrevisté a quien había sido candidato de Partido de la Revolución Democrática (PRD) para tratar de entender por qué denunció un fraude. “Podemos hablar de dos momentos”, me dijo López Obrador. El primero fue “todo lo que significó la falta de equidad antes de la elección: el manejo inequitativo en espacios de radio y televisión, el uso del dinero, el uso ilegal de las instituciones…la intervención del presidente (Vicente Fox), la guerra sucia.”. La segunda parte del “fraude está en la falsificación de actas”, continuó. “Hay un número determinado de actas que están falsificadas en donde hay más votos que boletas…Un millón y medio (de votos).”

​AMLO no olvida el 2006 y quizás eso explique sus frecuentes ataques a la autoridad electoral. Por 16 años ha insistido en su idea de un fraude. Pero el entonces presidente, Vicente Fox, quien gobernó del 2000 al 2006, no está de acuerdo.

​“Es un hablador y un mentiroso”, me dijo Fox respecto a las denuncias de fraude de López Obrador en una entrevista la semana pasada en Miami. “Y para eso existe una autoridad electoral -el árbitro que (era) el Instituto Federal Electoral- que determinó (en el 2006) el triunfo del presidente Calderón.”

​Fox se arrepiente de haber permitido que AMLO participara como candidato presidencial en las elecciones del 2006, tras un polémico proceso de desafuero. “Lo tuve en un puño”, me dijo. “Y por mala idea mía le permití regresar a la vida civil y no ser desaforado. Por eso dije que me arrepiento de haberlo hecho.”

​Fox cree que la misma institución -aunque con un nombre distinto- que validó la elección del 2006 es la que legitimó el triunfo de López Obrador en el 2018 con más de 30 millones de votos. Y que no es correcto ni congruente aceptar un resultado -el del 2018- y rechazar otro -el del 2006-. López Obrador “es un tipo que juega sucio, que juega chueco y que hace lo que se le hincha en cada circunstancia”, concluyó Fox. (El IFE, fundado en 1990, cambió de nombre en el 2014 -ahora es INE o Instituto Nacional Electoral- y extendió sus funciones electorales a todo el país.)

​Imposible convencer a Fox y a Calderón de que AMLO ganó en el 2006.

​Imposible convencer de AMLO de que perdió en el 2006.

​Por eso es tan importante que un árbitro -independiente, imparcial, respetado, respetable, profesional, justo, competente, creíble- organice las elecciones en México y cuente los votos. Y por eso, también, les cuento este viejo conflicto sobre las elecciones del 2006. No importa a quién le creas; no podemos dejar que sean los partidos políticos y sus actores quienes organicen y decidan a los ganadores de una elección. Ese sería el fin de la joven y vulnerable democracia en México.

​De lo que se trata es reforzar al árbitro electoral, no debilitarlo. De un buen arbitro, fuerte y justo, depende la democracia mexicana. Estados Unidos, dicho sea de paso, podría evitarse muchos Donald Trumps y conflictos electorales si tuviera un organismo como el INE. Pero como cada uno de los 50 estados escoge su manera de votar -y las redes están plagadas de desinformación y teorías conspirativas- los problemas son cada vez mayores.

​Yo crecí en un México autoritario, represivo y con censura donde los presidentes se escogían a dedazo. No podemos volver a esa etapa. A los mexicanos les costó mucho trabajo crear una verdadera democracia representativa. Ciertamente se puede mejorar. Pero eso no va a ocurrir con la militarización del país ni dejando que el partido en el poder decida quienes y cómo se organizan las votaciones. Así es como lo hizo el Partido Revolucionario Institucional (PRI) durante 71 años y el resultado fue mortal y catastrófico.

​Los mexicanos de cierta edad crecimos en un país de las fake news. Antes del 2000, y después de cada elección, un presidente (siempre del PRI) se daba como ganador. Todo era mentira. El gobierno organizaba las elecciones, contaba los votos y declaraba al ganador. Y siempre -¡siempre!- ganaba su candidato. ¿Qué raro, verdad? Eso es lo que debemos evitar ahora.

Escribo esto mientras hay un intenso debate en México sobre una nueva reforma electoral. Y hay mucho en juego. El temor, por supuesto, es que AMLO y su partido Morena quieran modificar el sistema electoral para garantizar su permanencia en el poder. Y eso sería un gran retroceso.

Para proteger la democracia en México, hay dos cosas que deben quedar muy claras: una, que los militares en México tienen que regresar a los cuarteles; no hay democracias militares. Y dos, que el organismo encargado de hacer las elecciones y contar los resultados debe estar lo más lejos posible del presidente y del partido en el poder.

Nunca más, ningún presidente mexicano (incluyendo a AMLO), debe tener el control del sistema electoral y del organismo que cuenta los votos. De lo que se trata es de cuidar al árbitro. Aunque se enoje el presidente. Es por México y su futuro.