La espeluznante realidad criminal de México

Hace mucho tiempo que el narcotráfico es el origen, pero no la causa mayor de la violencia y de la inseguridad en México.

Todo nace del narco, pero no todo vuelve a él.

Desde que se puso en práctica la estrategia de cazar capos y descabezar cárteles, en la primera década del siglo, hubo consecuencias no buscadas.

Se creó el peor de los mundos: cárteles fuertes y grandes, blindados contra el poder del Estado, como Sinaloa y Jalisco, y un archipiélago de quizá 200 bandas, repartidas por todo el territorio, dedicadas no al tráfico de drogas, sino a la extorsión de sus comunidades.

Apareció un negocio enorme, vecino del narcotráfico: el cobro de derecho de piso a personas, gobiernos, negocios, mercados, oficios, empresas y hasta iglesias y peregrinaciones.

Floreció el negocio de la trata de migrantes, todo incluido: transporte, extorsión, leva criminal y masacres.

Creció el negocio de la trata de blancas y el secuestro de muchachitas, oficialmente registradas como “desaparecidas”, para entregarlas a la prostitución.

Surgió el control y la fijación de precios de mercados regionales: aguacate, pollo, madera, pesca, minerales, y hasta nichos de tráfico de animales exóticos y especies protegidas.

Floreció la ordeña de ductos de gasolina y combustibles, el llamado huachicol.

Apareció un país de pueblos, comunidades, ciudades, puertos y caminos capturados por bandas violentas, que mandan sobre gobiernos y policías locales, deciden elecciones, y son dueños de vidas y haciendas.

Frente a esa geografía criminal, el narcotráfico de antes parece un sueño de paz, y la amenaza del fentanilo, una ocurrencia marginal del gran menú mexicano de extorsión, tráfico, homicidio y desaparición de personas.

Se antojaría, otra ocurrencia marginal, que el gobierno de allá y el de acá pactaran una seria colaboración de ida y vuelta:

De acá para allá, para contener el tráfico de drogas que los envenena, en especial el fentanilo.

De allá para acá, para contener el crimen que nos ahoga, incluido el fentanilo.

La cruda verdad es esta: ni nosotros haremos el trabajo por ellos, ni ellos por nosotros.