La peligrosa apuesta del Presidente
El Presidente arrancó esta semana muy enojado con los medios. No es de extrañarse, pues la mayor parte de las columnas políticas de este lunes se refirieron al atentado contra el periodista Ciro Gómez Leyva en el contexto del discurso incendiario, descalificador y difamatorio que Andrés Manuel López Obrador utiliza frecuentemente en las mañaneras. El Presidente no decepcionó. Nuevamente sacó su lengua cuerno de chivo para elevar su apuesta y responder a todos quienes le pidieron moderar sus ataques y evitar más polarización, que están soñando si creen que eso va a suceder.
López Obrador comenzó su más reciente embestida contra periodistas a partir de una de esas preguntas a modo, ordenadas a los titiriteros de Palacio Nacional por el vocero presidencial y jefe de propaganda, Jesús Ramírez Cuevas, donde en medio de la nada dijo que “muchos de sus adversarios en los medios de comunicación quieren que ya no haya más mañaneras”. Esto es falso. Nadie ha pedido que no haya mañaneras, pero este recurso de la mentira es habitual para que el Presidente pueda tener la justificación para abordar un tema de alto interés coyuntural. Como ayer.
La molestia contra las mañaneras (invento del Presidente), dijo, es “porque ya no son los voceros del régimen o de la oligarquía los que dominan la información” (el manido recurso politiquero contra la crítica), “que han querido contrarrestar lo que se está haciendo con ataques constantes, planeados en los medios de información convencionales”. No hay ataques, sino cuestionamientos a sus políticas y ocurrencias. No hay planeación, sino reacción al enorme espacio diario que ocupa en la arena pública. Y la plaza son los medios convencionales porque son donde se informa la población.
Los medios convencionales que tanto denuesta son a los que él y sus voceros recurren para tener voces y espacios favorables al gobierno. Tienen tribunas en la radio y la televisión, donde algunos son claramente propagandistas y otros se manejan con mayor sutileza e inteligencia, pero sin el éxito esperado porque, objetivamente hablando, ¿cómo se pueden defender tantas mentiras? Han buscado en Palacio Nacional la defensa del régimen con columnas en la prensa, donde reclutaron plumas a su servicio pagadas por el erario –hasta 200 mil pesos mensuales en algunos casos– para que presenten el punto de vista del Presidente. Tampoco les ha funcionado.
La versión de López Obrador es antagónica, porque sus antídotos resultaron menos creíbles y eficaces. No quieren las mañaneras (repitió la mentira el Presidente) porque “aun teniéndolo todo, teniendo todos los medios convencionales comprados o alquilados (afirmaciones sin pruebas), o como parte de sus empresas, quisieran que no existiera el derecho a disentir (otra falsedad), la réplica (más mentiras), muestran su autoritarismo y se aprovechan de circunstancias lamentables como esta situación de Ciro Gómez Leyva”.
Ya expresó su solidaridad, dijo el Presidente, y se ha ordenado una investigación para ver todas las hipótesis, menos una que debía descartarse, agregó, que es aquella donde el atentado pudo haber sido realizado por su gobierno. Interesante que lo mencionara, porque no hay ninguna columna política de sus “adversarios” que sugiera que así fue. ¿Por qué sacó de su pecho esa posibilidad? Sólo él lo sabrá para haber tirado línea a la Fiscalía General de la Ciudad de México de que esa hipótesis no debe ser explorada, como si López Obrador sospechara que los autores intelectuales del atentado son de casa. Para efectos de la investigación, no ayuda en nada que el Presidente sea propagador de rumores y dé carta de legitimidad en la mañanera a habladurías.
Que lo haga no es nuevo. Lo nuevo en la coyuntura actual es el momento delicado que se vive. El atentado contra Gómez Leyva, como se abordó este lunes en la prensa política, se dio en condiciones de polarización y ataques del Presidente contra periodistas y medios. López Obrador, lejos de detenerse a la petición de moderación, mantuvo su línea beligerante. “Ya es de dominio público que nosotros tenemos diferencias con los voceros del conservadurismo, entre los que están, y lo digo con mucho respeto, Ciro y (Joaquín) López Dóriga y Denise Mearker, y Claudio X. González, aunque no es periodista, pero es empresario, y (Carlos) Loret de Mola (…) diferencias que vienen de lejos”.
De tan lejos como la elección presidencial de 2006, donde López Obrador se encuentra atrapado en sus traumas y obsesiones, fijaciones que le impiden ver el bosque. Como dijo ayer, criticando los cuestionamientos de que se estigmatiza en las mañaneras, porque ahora se hacen las víctimas. “Si yo les recordara lo que han hecho todo este grupo, que son de la élite, de los más selecto de los medios de información que hasta ganan un millón de pesos mensuales”.
Entonces, a quienes mencionó los considera tontos, un insulto gratuito y sin contexto alguno, salvo sus fobias conocidas. Ya no sólo estigmatizó –porque sí, el Presidente ofende la dignidad de las personas en las mañaneras, no sólo de los periodistas–, o volvió, al mencionarlos, a colocarlos como blanco para que puedan atacarlos quienes, como en el caso de Gómez Leyva, lo intentaron, sino que abrió la posibilidad de secuestros, al especular que “ganan hasta un millón de pesos mensuales. Y ni que fueran lumbreras, ni que fueran tan inteligentes”.
El Presidente estaba ayer completamente descolocado, sin temple, sin ideas frescas, sin iniciativa. El atentado a Gómez Leyva lo desconcertó, porque piensa que fue un autoatentado para perjudicarlo a él, y la crítica generalizada en la prensa política lo rebasó. López Obrador ha demostrado carecer de inteligencia emocional y es presa de sus propios arrebatos. Ayer pudo haber actuado con prudencia política y soslayar las críticas en la prensa, pero no es posible. No se puede contener. No piensa fríamente las consecuencias de sus palabras y el demérito que producen para su propia persona e investidura.
López Obrador está rebasado por la realidad y está reaccionando con el estómago, no con la cabeza. Es un Presidente violento al frente de un país violento, donde ya todo puede pasar.