Mala copia

Sin una concepción del poder, sin estructura y disciplina, Morena puede tener éxito en la PRI-fagia en que se encuentra, pero su implosión está garantizada.

Morena es un movimiento político personalista, que hereda del PRI el discurso legitimador (el nacionalismo revolucionario) junto con las prácticas corruptas que tanta fama le dieron a ese partido, y que son la característica que más identifica la gente con ese partido. Sin embargo, no hereda ni la concepción, ni la estructura, ni la disciplina, que fueron los pilares que le permitieron al invento cardenista ser el régimen corporativo más exitoso del siglo 20.

Los priistas suelen considerar al PNR de Calles (1929) como su origen, pero eso es un error. Ese partido no era sino un mecanismo de negociación que utilizaba el Jefe Máximo para controlar a los resabios revolucionarios. Su verdadero origen es el Partido de la Revolución Mexicana (1938) creado por Cárdenas. Ciertamente, usó al PNR como base, pero la estructura construida fue totalmente distinta. El PRM era un partido corporativo, configurado por sectores (obrero, campesino, popular y militar, pronto desaparecido) que fungían como instrumentos de intermediación, que impedían la aparición de cualquier poder local.

En cada punto del país había siempre uno o más ‘líderes sociales’, de la CNC, CTM, CROM, CNOP, dispuestos a evitar el ascenso de otros liderazgos, y siempre subordinados a la estructura vertical de su corporación. Estos sectores, a los que Cárdenas sumó a los empresarios, obligados a registrarse en ‘cámaras’, representaban el control total de una proporción muy elevada de la población.

Esta estructura correspondía a un objetivo: los ganadores de la Revolución (que no eran ni los maderistas o carrancistas, ni los sonorenses) se mantendrían en el poder de forma permanente, negociando con los grupos para garantizar la paz social y el reparto adecuado de las rentas extraídas a la población. Esto exigía que la estructura tuviese una disciplina a toda prueba. Cada integrante de una corporación se debía a su líder local, quien a su vez respondía frente al líder nacional, que era una pieza de las decisiones presidenciales. Toda la estructura convergía en la presidencia, cuyo ocupante se convertía en el hombre más poderoso. Esto era la institucionalización del caudillo, que evitaba los riesgos de violencia que marcaron a México en sus primeros 100 años de existencia.

Nada de esto existe en Morena. No hay una concepción de para qué usar el poder, no hay una estructura formal y no hay disciplina. En lugar de tener una posición institucional a la cual responder, lo que tenemos hoy es un regreso al México caudillista del siglo 19. No cabe duda de que todos los morenistas adoran a López Obrador, como en su momento muchísimos mexicanos lo hicieron con Santa Anna, Juárez, Díaz u Obregón. Eso nunca terminó bien.

Pero si Juárez y Díaz tenían en mente un México liberal, y en esa dirección avanzaron, y si Obregón se imaginó un país de pequeños capitalistas, y eso buscó construir, López Obrador no parece tener ninguna idea. Se queja de los antecesores, pero más allá de destruir instituciones, en nada ha transformado al país. Destruye sin capacidad de construir. En eso, creo que sólo se parece a Santa Anna, o tal vez a Huerta.

Sin una concepción del poder, sin estructura y disciplina, Morena puede tener éxito en la PRI-fagia en que se encuentra, pero su implosión está garantizada. Puede ocurrir en un año, cuando el caudillo sea incapaz de encontrar sucesor; puede ocurrir poco después, en una guerra fratricida.

Para imaginar mejor lo que seguirá después, esta columna tomará unas vacaciones. Regreso con usted el lunes 27 de junio.