¿Mueran los gringos y viva Rusia?

China, India y México ocupan el podio mundial de países receptores de remesas desde Estados Unidos: el primero es una dictadura del Partido Comunista y los dos siguientes tienen gobiernos populistas.

Y los tres, en los hechos, están con Rusia en la invasión imperialista a Ucrania.

En América Latina, el país con mayor porcentaje de emigrantes es Venezuela, con 6 millones (cifras de la ONU, a mayo de este año).

Más de 20 por ciento de los venezolanos ha dejado su patria, tomada por los socialistas bolivarianos que lograron convertir un vergel en el país con más gente en la miseria de todo el continente.

“Yo era estilista en un spa en Caracas, y tenía un sueldo de cuatro dólares a la semana. Pero la harina para las arepas cuesta seis dólares”, me responde Julia, que pide limosna sentada bajo un árbol afuera de un restaurante de clase media, mientras sus dos críos corretean alrededor.

Venezuela –aliado de Putin y de los grandes cárteles mexicanos– es el modelo que desean otros países del continente, con matices, pero hermanados en la verborrea antiestadounidense, anticapitalista y nacionalista.

En el caso de México, el éxodo a Estados Unidos aceleró en 2019, cuando la economía retrocedió a tasas negativas y se tomaron medidas que cercenaron el crecimiento y malograron el destino de clases medias y pobres.

Las remesas también se dispararon, y ahora aportan 4 por ciento del PIB, de acuerdo con el informe sobre remesas del Woodrow Wilson Center.

El monto de dinero que envían los mexicanos que trabajan en Estados Unidos ha crecido de manera exponencial.

Un comparativo sencillo exhibe el fracaso populista en México, país al que llegaron a gobernar los “antigringos” en diciembre de 2018:

Este año, 2022, se va a duplicar el monto de dinero que recibe México de sus migrantes, en comparación a 2017, último año completo de los neoliberales “vendepatrias”.

2017= 30 mil 606 millones de dólares fue el monto total de remesas (cifras tomadas de Expansión).

2022 = 58 mil millones de dólares mandarán los que se fueron de México a Estados Unidos (proyección de la analista Gabriela Siller, de Banco Base).

Lo anterior va de la mano con el éxodo de mexicanos hacia Estados Unidos.

En 2017, de acuerdo con el Pew Research Center, más mexicanos regresaron a México de los que entraron ilegalmente.

Tal logro de repatriación se alcanzó tras gobiernos democráticos, liberales, cercanos a Estados Unidos, tal vez no por simpatías personales sino por elemental sentido común.

Luego, en 2019, el éxodo mexicano volvió con cifras de centenares de miles al año.

En el año fiscal 2020 hubo 297 mil 711 “encuentros” (detenciones o retachados a México ipso facto) con mexicanos en la frontera (cifras de la oficina de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos).

Para 2021, a medida que las políticas sociales del gobierno de México mostraban su “éxito”, los indocumentados mexicanos detenidos o expulsados aumentaron a 655 mil 594, lo que significa un incremento de 120 por ciento.

En los primeros 10 meses de este año fiscal, los encuentros con migrantes mexicanos detenidos o expulsados ascendían a 683 mil 685, con lo que se batió con anticipación el récord “logrado” el año anterior.

(La cifra de “encuentros” incluye a quienes hayan intentado cruzar ilegalmente una o más veces, infructuosamente. Aunque a la migración hay que añadir a quienes sí lograron pasar: cientos de miles también).

Las remesas, obviamente, aumentan a medida que los mexicanos se van de su patria a trabajar a Estados Unidos.

De acuerdo con el Woodrow Wilson Center, los hogares mexicanos generalmente reciben remesas una vez al mes y las gastan principalmente en alimentos, ropa y atención médica familiar.

Es decir, sin la economía de Estados Unidos al lado para emplear a quienes se ven obligados a dejar su patria y su familia, en la presente administración de México el país tendría amplias franjas del territorio en crisis humanitaria por hambruna.

Penoso, por decir lo menos, resulta ver a los dirigentes de los partidos gobernantes en México dar rienda suelta a su retórica “antigringa”.

O ir a Caracas a abrazarse con Nicolás Maduro y darle su apoyo.

Formar comités de amistad con Rusia.

Presentar un “plan de paz” que legitima la invasión a Ucrania.

Condenar al capitalismo a rajatabla.

Aunque, si la mayoría de la población así lo quiere, no hay manera de evitarlo: hacia allá seguirán caminando la mayoría de los países latinoamericanos.

Y el futuro de millones será el de esa señora venezolana que entrevisté afuera del restaurante de comida “paisa” (regional).