Doctor Longo, el sabio de la longevidad: «No conozco a ningún centenario que no haya bebido alcohol»
El biólogo Valter Longo (Génova, 1967), profesor de Gerontología en la Escuela Leonard Davis de la Universidad de California del Sur, ha dedicado su carrera a investigar a las personas más ancianas del mundo para dar con la dieta de la longevidad. Su última obra, El ayuno contra el cáncer, recoge anécdotas como cuando Emma Morano –que llegó a vivir 117 años, récord de Europa- dejó de comer carne al final de su vida porque «un periodista le dijo que causaba cáncer». Otra centenaria italiana, reseña, murió poco después de que los médicos de la residencia le retirasen su vasito de grappa -aguardiente- diario «por motivos de salud».
Si has llegado a viejo con un consumo moderado de alcohol o carne, razona Longo, no hay motivo para quitártelo. Por el contrario, entre los 20 y los 65 años, la dieta debería ser básicamente vegetariana: muchas verduras, hortalizas, frutos secos, cereales integrales y aceite de oliva, y un poco de pescado como principal -sino única- fuente de proteína animal. El control del consumo no solo de grasas y azúcares, universalmente denostados, sino también de las proteínas es la base tanto de la dieta de la longevidad como de la prevención del cáncer, dos factores que van de la mano. También el ayuno, pasando 11-12 horas diarias sin ingerir alimento alguno.
Con el punto de provocación que corresponde a quien ha batallado durante años por introducir el enfoque nutricional en los hospitales, Longo defiende ayunar como complemento terapéutico no solo para retrasar el envejecimiento biológico y reducir el sobrepeso, sino para prevenir y ayudar a tratar el cáncer. El libro es tanto una recopilación de ensayos como de relatos personales de casos en los que el ayuno -o una dieta que lo simula- han servido para mejorar tanto la eficacia del tratamiento, debilitando a las células del cáncer mientras refuerza a las sanas, como para facilitar la recuperación del paciente.
¿Estamos pasando a considerar al rejuvenecimiento menos como vanidad y más como prevención contra el cáncer y las enfermedades crónicas?
Si pensáramos en el rejuvenecimiento de la piel, quizás se podría hablar de vanidad. Pero hablamos de cumplir 70 años y seguir pudiendo subir las escaleras o caminar durante dos horas. ¿Es eso vanidad? Yo siempre empiezo con una gráfica: primero muestro las curvas del incremento de riesgo de enfermedad por la obesidad, el tabaquismo y el alcohol. A continuación, introduzco el aumento de riesgo por envejecer 30 años. ¡Y las otras curvas empequeñecen hasta desaparecer! El envejecimiento es el principal factor de riesgo, y si no intervenimos, todos los países van a terminar quebrando por atender a enfermos crónicos.
Uno de sus seguidores, el investigador Niklas Brendborg, lo planteaba como «cumplir los 50 con el cuerpo de uno de 35, y los 70 con el de uno de 50».
Así es. Recientemente, un estudio con millones de personas en tres continentes ha demostrado que alimentarse con un patrón saludable como la dieta de la longevidad o similar, incluso sin ayuno intermitente, hace ganar trece años de esperanza de vida. En comparación con alimentarse según la ‘dieta Occidental’, yo calculo que ya supone ganar 20 años más de vida, y conseguiremos que sean 30 o 35. Tengo la sensación de que la gente ha dejado de escuchar a los médicos. Hay una explosión de comida rápida y de obesidad infantil en España e Italia, acercándose a los niveles de EEUU. Es importante establecer los datos: la gran diferencia por la alimentación es que un grupo va a vivir por lo menos dos décadas menos que el otro.
Los enfoques nutricionales en el tratamiento del cáncer, como dejar de tomar azúcar para no alimentar al tumor, generaban bastante rechazo entre los oncólogos hace unos años. ¿Está cambiando esto?
No solo está cambiando sino que, si tu oncólogo no está de acuerdo con que dejes el azúcar, mi recomendación es que consultes con otro. Nosotros apostamos por la oncología integrada, que involucra a un equipo completo, con la oncología y radioterapia en primera fila pero también la biología molecular, la nutrición y la psicología. No es una pseudociencia, no estamos improvisando. Hemos hecho ensayos sobre la complementación del tramiento del cáncer con la dieta que simula el ayuno en Holanda, China o Italia, y todo apunta en la misma dirección: aumenta la probabilidad de éxito. Yo siempre digo que si un caso tiene un 98% de posibilidad de tratamiento, entonces mejor no cambiar nada. Pero si es un 33%, ¿por qué no probar también con el enfoque nutricional, que está disponible cada vez en más países?
Tanto la alimentación como el ejercicio son factores en manos del paciente. Eso, según explica, aporta la motivación de estar combatiendo el cáncer.
Sí. Es muy importante para el paciente sentirse como parte de la lucha, en lugar de un elemento pasivo que recibe tratamiento. No es mi opinión, es un hecho establecido: si el paciente pierde las ganas de vivir, no hay tratamiento que valga.
Llama la atención los avisos repetidos en cada capítulo del libro de no emprender el ayuno sin consultar primero con los médicos.
Sí, hemos conocido casos de personas que han leído un artículo y han comenzado a ayunar radicalmente sin consultar. ¡No queremos eso! Sería mucho más sencillo si tuviéramos un protocolo aprobado por la Food and Drugs Administration (FDA) de EEUU, pero ellos enfocan la dieta como un medicamento: no han dado el visto bueno a nuestra propuesta de 60 alimentos, la rebajan a siete. Y nadie puede alimentarse solo con las mismas siete comidas mientras recibe oncoterapia, acabará sufriendo aversión alimentaria. Es tremendamente importante que logremos estandarizar el método. En ensayos con ratones, el ayuno ha tenido una efectividad mayor que la propia inmunoterapia con algunos tumores. Un tratamiento inmunoterápico cuesta 50.000 dólares anuales, mientras que el enfoque dietético no superaría los dos mil.
¿Cómo ataca el ayuno al cáncer? ¿Evitando primero la oncogénesis y debilitando después a las células cancerosas mientras refuerza a las sanas?
Eso es, en resumen. Nuestro cuerpo sabe exactamente lo que hacer frente el ayuno: si dejásemos ahora mismo de comer, en un mes estaríamos muy delgados, pero sanos. Sin embargo, las células cancerígenas están programadas para ignorar instrucciones, siguen replicándose comas o no. Al retirarles su fuente de alimentación con el ayuno, se verán en una encrucijada, que la medicación puede bloquear. Y es muy hermoso ver que está empezando a funcionar en pacientes. El Instituto del Cáncer de Milán publicó cinco casos de «respuesta excepcional» frente al cáncer pancreático, de pulmón y de colon. Uno podría ser una casualidad, ¿pero cinco? Confiamos en que, a medida que se muestre que es efectivo y no interfiere con la farmacología, las autoridades sanitarias lo respaldarán. Hay que pensar que la inmunología tardó 20 años en arrancar.
¿Y cómo ayuda frente a los efectos secundarios y la recuperación?
Es la parte que tenemos que demostrar, pero ya vemos evidencias. Sea terapia hormonal, inmunoterapia o quimioterapia, el ayuno crea una respuesta en las células sanas que las lleva a escudarse. Tiene un efecto antiinflamatorio y regenerativo que, en pacientes de cáncer de mama que ayunaban treces horas todas las noches, ha tenido efectividad.
¿Habría que ayunar, por lo tanto, como medida general de prevención?
Depende. Si ya has sufrido un cáncer, un ayuno de 14 horas ayudaría a controlarlo. En la población general, 11-12 horas de ayuno ayudan a vivir más. Pero no deberíamos saltarnos el desayuno. Varios estudios muestran que no desayunar se relaciona con una longevidad menor, más enfermedades cardiovasculares, y otros problemas como las piedras del riñón. ¡No queremos resolver un problema creando otro! Si hay que saltarse una comida, que sea la del mediodía. Es lo que hago yo: desayuno, me tomo un tentempié durante la jornada y ceno pronto. Se debe combinar con un patrón sano, como la dieta de la longevidad o la dieta Mediterránea, que en Italia y España todo el mundo dice seguirla, pero en realidad comen mucho peor.
Algo que llama la atención de la dieta de la longevidad es lo restrictiva que es sobre el consumo de proteínas.
Sí, hay ingredientes tradicionales de España, Italia o Grecia, como el aceite de oliva o los frutos secos, que tienen beneficios probados. Y otros no, aunque se lleven tomando 3.000 años. En el caso de la proteína animal, creo que es buena antes de los 20 años y después de los 70, que es cuando se necesita variedad. Entre medias, excluiríamos las carnes, los productos lácteos, incluso los azúcares de la fruta. Una dieta vegana-pescetariana, al estilo de la de Okinawa. A partir de los 70, tendemos a perder peso y a sufrir fragilidad, por lo que sería el momento de reintroducir estos alimentos.
¡Pero su dieta no excluye el alcohol! Sorprende que no permita comer carne de ave a diario pero un vasito de vino sí.
No he conocido a ningún centenario en España o en Italia que no hubiera bebido. Lo dicen los datos epidemiológicos: cinco dosis de alcohol estándar a la semana apenas incrementan el riesgo; a partir de ahí, sí. Nuestra Fundación tiene clínicas en Milán y Los Ángeles, y sabemos que dificultarle las cosas a las personas es la mejor manera de que no sigan nunca la dieta. Si el efecto de tomar cinco copas a la semana es neutral y es un hábito que la persona es reacia a dejar, no se las quitamos, salvo que tengan un riesgo congénito. Lo mismo con la carne: si alguien de verdad no puede prescindir de los filetes, lo que intentaremos es que los tomen con menos frecuencia.
¿Por qué la carne blanca, que no se incluye entre las potencialmente carcinógenas como la roja y la procesada, debería evitarse?
La carne blanca no está relacionada con el cáncer, pero contiene gran cantidad de aminoácidos, al contrario que las legumbres que también son fuente de proteínas. Y los aminoácidos son factores de crecimiento que contribuyen al daño del ADN celular y la oncogénesis. Si se suma a los factores inflamatorios como los altos niveles de glucosa en sangre, contribuye a que el riesgo sea hasta un 400% mayor antes de los 65, según demostramos en nuestro estudio de 2014. A partir de ahí, hemos visto personas de 80 que toman mucha proteína animal, y están bien, mejor que otros con déficit proteínico. Pero los niños y los jóvenes hoy en día están tomando de dos a cuatro veces la cantidad recomendada. ¡Es una locura! Solo necesitas 30 gramos de proteína diaria para muscularte, pero se están tomando hasta 120.
El microbiólogo Michael C. Hall nos decía que «nunca curaremos el cáncer, solo lo cronificaremos». ¿Está de acuerdo?
[Sonríe] Me sorprendería si ya no hubiera más que un puñado de casos de cáncer de aquí a veinte años. Hemos llegado al punto en el que ya podemos controlar la mayoría de cánceres en ratones y dar respuesta. Tenemos cada vez más herramientas para combinar ayuno con quimioterapia, terapia hormonal, inmunoterapia. El cáncer se reproduce, pero cada vez hay una variedad mayor de fármacos y técnicas para ir alternando tratamientos.
Sin embargo, el Instituto Nacional del Cáncer de Estados Unidos alertaba de una ‘epidemia’ de cánceren personas jóvenes.
Claro, precisamente por los hábitos de vida que hemos mencionado, así como por los contaminantes y el abuso de fármacos. ¿De verdad pensamos que dar del doble al cuádruple de las proteínas necesarias a los niños no va a tener consecuencias? Lo recuerdo, este exceso se relaciona con un incremento del 400% en el riesgo de cáncer. Veremos casos de cáncer cada vez más temprano, pero al mismo tiempo, estamos acelerando los tiempos de desarrollo y aprobación de nuevas terapias. Nos estamos desplazando hacia un enfoque multidisciplinar y pro-paciente, en el que se puedan probar distintos procedimientos compasivos. Me soprendería que, en unos 20 años, el cáncer no esté en el punto controlado al que hemos llegado con el VIH en nuestros días: quien lo sufre puede pese a todo aspirar a vivir una larga vida.