¿Y el ‘uy, qué miedo’, Presidente?

Tener la mecha tan corta y su inmadurez emocional no le ayudan a López Obrador como jefe de Estado, ni genera respeto en sus interlocutores.

Raymundo Riva Palacio | Ni modo, a comerse sus bravuconadas. Responderle a Estados Unidos y Canadá su reclamo legal a México por presuntas violaciones al Tratado de Libre Comercio norteamericano con el grito de “¡uy, qué miedo!”, trivializando un diferendo con un desafío retórico en lugar de abordarlo con seriedad y profesionalismo, y seguir tirando golpes a la cara del jefe de la Casa Blanca, llegó a su límite. Antes de que aterrizara el avión con el secretario de Estado, Antony Blinken, el presidente Andrés Manuel López Obrador sacó la bandera blanca. Ya no escalaría la ruta de conflicto que había establecido hace casi siete semanas y reculó abiertamente por razones que desconocemos.

El Presidente se despintó la cara de guerrero y canceló el inicio de hostilidades contra Estados Unidos, que tenía como punto de partida el 16 de septiembre, con un discurso de corte nacionalista para repudiar las acciones de sus socios norteamericanos. La beligerante actitud de López Obrador, con su retórica incendiaria, se volvió tersa este lunes, cuidada, tratando con algodones a Estados Unidos, en una actitud prudente que a no pocos parecerá miedosa, en la que se metió innecesariamente. Tener la mecha tan corta y su inmadurez emocional no le ayudan como jefe de Estado, ni genera respeto a sus interlocutores.

¿Qué generó este cambio radical? Fue algo que sucedió este fin de semana, pues todavía el jueves pasado insistió: “Nos importa mucho el comercio con Estados Unidos, pero cuando nos dicen que quieren modificar nuestras leyes les decimos ‘no, eso no’. No hay nada, por importante que sea, aunque se trate de comercio, que pueda estar por encima de nuestra independencia”.

La radical transformación presidencial de lobo a corderito quedó al descubierto en la mañanera de este lunes, donde hubo monólogos y diálogo con la prensa, que le preguntó sobre sus posiciones duras frente a Estados Unidos. “No podemos pelearnos, tenemos que buscar que sean buenas relaciones y es una responsabilidad de los gobiernos”, dijo el Presidente. “¿Por qué nos vamos a pelear nosotros, los gobiernos, si se afecta a nuestros pueblos?”. Eso debió haber pensado cuando disparó sus cañones contra el gobierno de Joe Biden y acusó de injerencista al Departamento de Estado que encabeza Antony Blinken, a quien tuvo que ver cara-a-cara ayer al mediodía.

-¿Y sobre los temas que le interesan al Presidente, como la reforma eléctrica? –le preguntaron.

“No hay una agenda definida para que yo trate, ni él trae una agenda especial”, respondió.

En realidad, sí la había. El subsecretario de Estados para Asuntos Hemisféricos (América Latina), Brian Nichols, la detalló en un briefing en Washington el viernes. “Además del Diálogo Económico de Alto Nivel -señaló-, el secretario Blinken planea discutir con el presidente López Obrador y el secretario de Relaciones Exteriores (Marcelo) Ebrard otras prioridades compartidas, incluido nuestro trabajo conjunto para enfrentar el fentanilo y nuestra continua cooperación y esfuerzos para enfrentar la migración”.

El tema del fentanilo fue colocado en la agenda por Blinken apenas en las dos últimas semanas. El consumo de opiáceos detonó una crisis de salud en Estados Unidos en los dos últimos años y provocó la muerte de unas 80 mil personas el año pasado. Un informe de la Comisión Federal para Combatir el Tráfico de Opioides Sintéticos publicado en febrero señaló que, desde 2019, México superó a China como la “fuente dominante” del fentanilo en Estados Unidos, no sólo por tierra, sino a través del Servicio Postal, que utilizan los cárteles de Sinaloa y Jalisco Nueva Generación.

López Obrador se presentó en la mañanera desconcentrado –casi olvida transmitir el avance de sus obras–, desinformado –no sabía si Blinken estaría con él antes o después de reunirse con la comitiva mexicana– y muy mal preparado para responder posibles preguntas. Al no hacerlo, lo mostraron dubitativo, contradictorio, inconexo en sus ideas, respondiendo cosas que nunca le preguntaron. Por ejemplo:

-Ya dijo que no hay agenda con Blinken, pero usted, ¿qué tema le importa poner sobre la mesa o qué asuntos de parte de México?, ¿usted qué quiere tratar?

López Obrador respondió: “No, no, pero es que ya saben…”.

-Decía migración, el tratado….

“Aquí en las mañaneras se hace público todo, aquí la vida pública es cada vez más pública”.

-Es que justo adelantaba usted que iba a tratar lo del acuerdo comercial, lo de migración. ¿Esos temas son los que a usted le interesarían?

”Solamente que saliera algo sobre los temas. Pero no hay dificultad, no hay problemas”.

En la mañanera era otro López Obrador al que casi dos meses estuvo hablando de que no aceptaría “los moditos” de sus socios, que cuestionaban su ley eléctrica por violatoria del acuerdo comercial norteamericano. El que anunció que el 16 de septiembre les respondería, se quedó en casa. El López Obrador de ayer dijo que ya no hablaría del tema, y sugirió que su rectificación era porque había quedado satisfecho con una carta que le envió Biden.

Fue una fuga hacia delante. La carta llegó hace semanas y él había mantenido su discurso provocador. En Washington no hay cambio. Blinken no traía en la cartera el tema energético, que lo dejó al mecanismo de consulta entre los tres países. Tampoco dejó margen para que López Obrador lo metiera en la discusión.

Y no fue todo. Había invitado al desfile del 16 a la esposa, al padre y al hermano de Julian Assange, acusado por Estados Unidos de violar secretos de Estado, y pensaba pedirle a Blinken que aceptara el asilo político que ofrecía México. ¿Se lo pedirá?, le preguntaron. “Vamos a ver cómo se presentan las cosas, si hay oportunidad, porque no está en… no hay una agenda, pues”, respondió.

¿No había agenda o su agenda fue rechazada? No se sabe, pero quedó claro que la visita se organizó en los términos como propuso Washington. López Obrador, una vez más, tuvo que echar sus bravatas con Estados Unidos para atrás. El “¡uy, qué miedo!”, no funcionó.