¿El must carry y el must offer garantizan el must content?

Por Beatriz Pagés | La democratización de las telecomunicaciones del país pasa, sin duda, por poner punto final a la altísima concentración de la televisión abierta que existe en el país. Pasa por generar competencia bajo condiciones de equidad y facilitar el acceso a las tecnologías más avanzadas.
Todo esto está muy bien, pero permitir la aparición de otros competidores no significa precisamente democratizar los contenidos informativos, y menos elevar su calidad.
Los legisladores han reducido la discusión de la reforma de telecomunicaciones a la disputa cruzada entre Televisa y Telmex, cuando el problema tiene más fondo y muchas más caras.
Cuando los jóvenes del Yo Soy 132 exigieron a los entonces candidatos a la Presidencia de la República democratizar los medios electrónicos, no sólo se referían a la monopolización económica, política y comercial de los mismos, sino al tipo de contenidos; y esto —que tiene una enorme trascendencia social— no está en la agenda del Congreso.
Abrir más canales u otorgar más señales a empresarios diferentes a los que hoy compiten, no garantiza per se la democratización, pluralidad y, menos, la calidad de la programación.
Partamos de lo que permite y de lo que no da el libre mercado. En un país capitalista, como México, podemos entrar a cinco supermercados diferentes y en cada uno de ellos vamos encontrar la misma mercancía. Igual de cara, igual de mala e igual de escasa.
¿Aumentar el número de canales equivale a la desaparición de la televisión chatarra, o nos vamos a encontrar —tal y como un ocurre— con la misma violencia y frivolidad?
Se dice que la competencia va a obligar a mejorar y variar los contenidos. Tal vez los varíe, pero eso no va a redundar en beneficio de la calidad. ¿Por qué? Porque si bien hoy quieren eliminarse los monopolios económicos, nadie se ha ocupado de acabar con la dictadura del rating.
La televisión y la radio se han convertido en la cancha predilecta del capitalismo salvaje. La regla suprema es hacer negocio, tener altos índices de audiencia para, a su vez, conseguir el mayor número de anunciantes, aunque ello suponga la emisión de espectáculos vulgares y baratos que terminan dañando a la población.
La sociedad mexicana, la masa, no está educada. No puede esperarse que, en lugar de un denigrante talk show o un partido de futbol, exija la emisión de una ópera o una obra de teatro.
Sin embargo, el objetivo fundamental de la reforma educativa —construir mejor ciudadanía a través de una instrucción ética e intelectual de calidad para generar desarrollo y productividad— no puede ir en contradicción con lo que ofertan los medios de comunicación.
¿Quién entonces va a acabar con la dictadura del rating? La reforma de telecomunicaciones perderá impacto y trascendencia si la discusión se queda en el must carry y en el must offer.
Aut. Manuel Cabrera