Es un buen tipo mi viejo

Félix Cortés Camarillo | Los integrantes de mi generación le estamos dejando al mundo una parvada de jóvenes mentecatos, privilegiados entes que fueron a escuelas privadas y universidades caras, y cuyos padres, para evitarles la pena de que conocieran en propia carne las penurias de ellos, les pusimos en bandeja de plata los satisfactores que nosotros apenas soñamos y que, cuando los conocimos, eran objeto de nuestra envidia.

Ese simple principio ha causado que la cultura del esfuerzo devenga la cultura del dispendio, la fantochada y la prepotencia. De manera especial se manifiesta en los vástagos de los poderosos, principalmente los políticos. Papi paga, papi lo puede todo es una reminiscencia de los duelos verbales que manteníamos de chiquillos: mi papá es policía.

Humberto Benítez Treviño me es muy cercano en edad y seguramente quiere mucho a sus hijos como yo quiero a los míos; hasta ahí las cercanías. Si yo estuviera en sus zapatos hace tres días que hubiera renunciado al cargo de Procurador de la Defensa del Consumidor. Pero si yo estuviera en sus zapatos mis hijas no hubieran ordenado clausurar nada, porque ellas no tendrían ninguna autoridad en mi trabajo, como en efecto no la tienen.

Pero ese no es el caso. Andrea Benítez –para sus amigos Andy- es una joven que ejemplifica una casta divina de hijos de altos funcionarios cuya conducta debiera tener consecuencias. Si en el momento en que usted lea estas líneas el Presidente Peña Nieto no le ha pedido la renuncia a Humberto Benítez Treviño, el asunto es para preocuparnos. No precisamente por la conducta de Andy.

Se nos olvida una serie de ejemplares de esta fauna. Mayito (Mario) Moya Ibañez, hijo del poderoso Secretario de Gobernación y aspirante presidencial, se hizo conocer por su agresivo e impune método violento para la conquista amorosa, incluyendo vidrieras rotas de los autos de potenciales rivales.

No es tan distante la exhibición que los hijos del líder de los trabajadores petroleros Romero Deschamps, dieron en las redes sociales al publicar las fotos de los viajes de la hija, con perro y todo, en avión privado o las características del auto Ferrari obsequiado al hijo en Miami. ¿Y ya se nos olvidó cuando la hija del Presidente nos dijo Prole y pendejos a los que no aceptábamos las respuestas de su padre candidato en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara? La lista es larga y variada. Pues eso.

Pilón.- Yo nunca había entrado al Palacio de San Lázaro, ni para conocer los murales que hizo ahí mi hermano Guillermo Ceniceros. Ayer fui. En la puerta para visitantes, el encargado me preguntó a qué iba. Le expliqué que a un amigo mío le iban a dar un premio y yo quería estar. Me dijo que sin invitación y sin gafete no podía yo entrar al recinto, que luego el orador que abrió boca llamó “la casa de todos los mexicanos”. Le regalé una clase de civismo elemental –el acceso a los recintos parlamentarios y eso- y me reviró que aunque la Constitución dijera misa, las instrucciones que él había recibido pasaban por encima.

Sin invitación, sin gafete, sin credencial de prensa, presencié el evento desde un lugar de privilegio: el palco de prensa de la Cámara de Diputados, donde están los reporteros, fotógrafos y camarógrafos, mis compañeros de oficio, mis pares. Pares también del homenajeado, por cierto.

En un recinto cuya belleza contrasta con la apariencia carcelaria de los muros exteriores, Jacobo Zabludovsky, mi amigo, mi maestro, recibió la medalla Eduardo Neri Constituyentes de 1913, y dijo luego una bellísima pieza de oratoria en homenaje por igual a sus orígenes, su oficio, su país, su familia, su experiencia y su destino.

Yo me quería pitorrear del señor que me negó el acceso, pero me pude colar a la copa de gorra del final, ya sin discursos ni diputados, y les di a los Zabludovsky los abrazos que hubiera tenido que mandarles por este correo, que yo sé que leen.

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