Otros tiempos, otros problemas

Por Jacobo Zabludovsky | Medio siglo después de mi primera visita vuelvo a Brasil por una razón que sólo la sinrazón de algún delirio tropical puede justificar: me encargan hacer, durante la Copa Confederaciones, reportajes que ninguna relación tengan con el balón y quienes lo juegan.
Un soneto me manda hacer Violante y en mi vida me he visto en tanto aprieto, como diría Lope de Vega al enfrentarse, con más talento, al desafío que sólo mi enorme irresponsabilidad explica. El Fénix de los Ingenios logró, burla burlando, engarzar las consonantes de los dos cuartetos y dos tercetos para dar una lección de gracia en el pensamiento y dominio del idioma. No entraré como él con pie derecho sino cojeando de los dos. Busco en viejos papeles la forma de salir del apuro.

Recojo de mi columna diaria “Clepsidra”, del periódico Novedades, lo que publiqué en la primera visita de un presidente mexicano a Brasil, un artículo con el nombre de “México y Brasil”.

“El día que el presidente Adolfo López Mateos llegó a Río de Janeiro la ciudad salió a recibirlo a las calles bajo una lluvia intensa que empezó en las primeras horas de la tarde y a todos nos dejó hechos una sopa. Luego, en Brasilia, el presidente de México puso la primera piedra de lo que será la embajada mexicana en la actual capital brasileña, entonces en vísperas de su inauguración. También ahí los arquitectos y albañiles, y los funcionarios de la ciudad en construcción, aplaudieron a nuestro país en la figura de su primer magistrado”.

En la revista Siempre del inolvidable maestro y amigo José Pagés Llergo, el 1 de febrero de 1961, relaté otro breve episodio de aquel acontecimiento: Juscelino Kubitechek me echó el brazo al hombro y me dijo: “Estamos aquí rindiendo homenaje a la estatua de Cuauhtémoc y la bravura con que el pueblo de México va trazando los días de su destino”.

Kubitechek y López Mateos acababan de depositar ofrendas florales al pie del monumento al héroe azteca. Se cometió un error que pareció cargado de presagios amistosos: López Mateos colocó la ofrenda que decía: “Presidente de Brasil” y Kubitchek tuvo que colocar, después, la que decía en listón tricolor: “Presidente de los Estados Unidos Mexicanos”.

Mientras hacían guardia al pie de la estatua, reproducción más pequeña de la que tenemos en el Paseo de la Reforma, Kubitchek me saludó de lejos, con un leve movimiento de cabeza y de su mano derecha. Me parecía imposible que se acordara de mí, después de haber transcurrido años de un breve intercambio de palabras que tuvimos en otro lugar de América. Sin embargo, se acordaba. Entre muchos otros periodistas y público en torno a los presidentes, fue a mí al que saludó. Esto me dio ánimos para acercarme a él, robando unos minutos al rígido programa llevado a la práctica con toda perfección.

Kubitchek puso su mano derecha sobre mi hombro. Por razones de comodidad y con todo respeto, pasé mi brazo izquierdo sobre los suyos. Siguió platicando conmigo: “Recibimos con gran honra la visita del ilustre presidente de México. Tenemos problemas comunes de crecimiento y desarrollo. Aunque hablamos idiomas distintos nos entendemos y unidos podremos resolverlos con menos dificultades”.

Tuve con él otros encuentros en distintos lugares del mundo. Recuerdo uno ocasional en la Quinta Avenida en Nueva York, donde pegamos el hilo roto de algunas palabras empolvadas. Brasilia era la capital; el sueño de un gobernante con vista lejana se había hecho realidad. Después del segundo café hablamos de Oscar Niemeyer, de su genio, influencia, personalidad y presencia no sólo en la arquitectura brasileña sino en las tendencias urbanísticas en todo el mundo. Al salir de la cafetería nos despedimos sin saber que esa sería nuestra última charla.

Pero no el último encuentro. Volvimos a estar cerca años después, cuando visité su tumba en la ciudad concebida y construida gracias a su voluntad política para mejorar la vida de sus compatriotas. Al volver hoy a Brasil, a una bellísima y siempre asombrosa Río de Janeiro que dejó de ser capital pero no de ejercer una seducción automática de sus visitantes, recuerdo a Kubitchek como un héroe sin combates bélicos, como a un general civil armado de leyes y prudencia para ganar las batallas del audaz comandante de soldados sin uniforme. El título de constructor de ciudades le viene a la medida en un mundo donde se erigen monumentos a quienes las destruyen. Lo recuerdo como uno de los más grandes estadistas que he conocido. Sin él no se explica el Brasil actual, el país del futuro como auguró Stefan Zweig.

Sospecho que voy los trece versos acabando; contad si son catorce y ya está hecho.