Peña Nieto exhibió el viejo problema del hambre

ALTO PODER – Por Manuel Mejido | El hambre, la desnutrición que conlleva, y la pobreza extrema siempre han estado presentes en México. No son ninguna novedad. Lo único que hizo el gobierno de Enrique Peña Nieto fue aceptar que existen esos grupos vulnerables, que no obstante todos los mexicanos conviven con ellos, les pasaron inadvertidos por el gran egoísmo de una sociedad que aún diferencia entre blancos, criollos y mestizos.

Peña Nieto tomó al toro por los cuernos. No se anduvo buscando subterfugios para esconder esa lacerante realidad del país. La sacó a la luz pública, acompañada de un programa sustentado en cinco objetivos para vencer el hambre y la desnutrición, que regularmente aparecen acompañando a las enfermedades y la violencia. Al anunciar la Cruzada Nacional Contra el hambre, el viernes 15 de febrero, aceptó que siete millones 400 mil mexicanos se enfrenta a dos condiciones «lacerantes e inaceptables»: pobreza extrema y carencia alimentaria. Estableció, en un primer orden, a 400 municipios (que de acuerdo con cifras públicas del Coneval y el Inegi), cuya población en esos lugares vive al extremo la miseria y el hambre.

El Presidente, señaló dos ejemplos. Por un lado el municipio rural de Mártir de Cuilapan y el urbano de Acapulco, ambos en Guerrero. En el primero, el 80 por ciento de su población vive en pobreza extrema; en el segundo, en la zona de mayor miseria, 86 mil personas que representan el 11 por ciento de la población subsisten enredados entre la miseria y el hambre.

Mucho asombro causó entre la población, especialmente en la ignorante y mal informada, los señalamientos de Peña Nieto y de su secretaria de Desarrollo Social, Rosario Robles, una política capaz y experimentada que, hasta ahora, ha hecho un magnífico trabajo, y podrá continuarlo siempre y cuando no se vuelva a enamorar.

* A 30 años persiste el México amargo

La situación desgraciada en que se debaten más de siete millones de personas, que ahora tanto asombro causa, fue ampliamente denunciada desde 1973, en la primera edición de mi libro «México amargo», de Editorial Siglo XXI, que ahora se encuentra en la décima séptima edición y la siguiente en prensa.

Recorriendo durante seis años todos los pueblos de la república, observe las manifestaciones, como dijo el Presidente «lacerantes e inaceptables», en todo el país incluida la capital.

En la Sierra Tarahumara, en 1969, cerca de la misión de Sisogich, a donde me acompañaba un técnico forestal, vi a dos indígenas con collera y taparrabos armados con machetes tratando de derribar un enorme pino de 90 centímetros de fuste y 15 metros de alto. Me apresuré a decir a mi acompañante que impidiera que ese par de indígenas derribaran ese árbol para hacerlo leña o usarlo de tablones en la construcción de su casa, porque había bastante maderada muerta en las cercanías.

El técnico forestal me respondió:

– No. Esos tarahumaras no quieren cortar el árbol para hacer leña. Ni construir su choza. Lo que quieren es bajar la ardilla que está en la copa para comérsela, porque tienen hambre crónica.

En otra ocasión, a finales de los sesenta, hacía yo un recorrido por la parte semidesértica de Zacatecas. De pronto vi una imagen que no podía creer. Pedí al chofer del jeep que se detuviera y al fotógrafo que me acompañaba, Aarón Sánchez, que tomara la fotografía. En una charca tomaban agua un burro, un cerdo y un niño.

* Agua caliente para engañar el hambre

Esa estampa donde el hambre y la sed se ve en todo su dramatismo, no en donde el «Niño verde» fue detenido por manejar alcoholizado y usó su dinero para salir porque tenía «hambre,frío y sed». Esa visión de la miseria más absoluta formó para de la serie de reportajes que publiqué durante seis años en Excélsior y que Siglo XXI convirtió en «México amargo».

En la parte desértica de San Luis Potosí, donde crecen los nopales y las víboras de cascabel, me detuve a charlar con una señora que estaba a la puerta de una choza hecha de paja y varas, sobre un piso de arena reseca y la pregunté qué hacía para alimentarse. La mujer, joven envejecida por el hambre, me respondió:

– Todas las madrugadas mi señor (marido, esposo o concubino) se va a los cerros más altos a cortar unos nopales porque ya ni siquiera eso hay aquí cerca. Regresa con algo de comer, como a las tres de la tarde, yo cocino lo mismo un conejo, una víbora o un nopal, para que mi familia coma.

Estoy de acuerdo, le respondí, pero insistí: ¿Qué desayunan los niños que tienen que caminar cinco kilómetros para llegar a la escuela?

La mujer me respondió:

– A mis muchachos les doy agua caliente para engañar al hambre, mientras su papá vuelve del cerro con algo de comer.

Eso es hambre en su más alto grado.

* Las pobrezas alimentaria o extrema, son hambre

Entre Parral y Guadalupe y Calvo (antigua capital de Chihuahua), hice un recorrido de 280 kilómetros, que me llevó 24 horas en la alta sierra Tarahumara. Ahí encontré muchos caciques y caciquillos, galones de alcohol, hambre, mucha hambre, sangre porque se mataban unos a otros como si fueran animales, y enfermedades de todo tipo, especialmente las hídricas.

A lo largo de los 33 poblados que cruza el camino, había otros tantos hombres fuertes que manejaban la política y el dinero y repartían miseria y hambre entre los demás.

En ese tiempo la mayor parte de los lugareños se dedicaba al cultivo de la amapola, de donde se extrae el opio, la morfina y la heroína, que los narcotraficantes los obligaban, con dinero más que otra cosa, para dedicarse a esa actividad ilegal.

Por supuesto que en la alta y baja Tarahumara de Chihuahua, encontré un común denominador, que hasta ahora por fortuna reconoció el nuevo gobierno de Peña Nieto y lo llamó pobreza extrema y pobreza alimentaria. En mi reportaje simplemente lo califiqué de «hambre».

En Desemboque, Sonora, estuve con 35 familias seris, últimos sobrevivientes de una raza que se extingue y vive arrinconada entre el mar y el desierto, en medio del atraso, el hambre, el alcoholismo y la ignorancia. En esa zona del país, sólo crece la gobernadora y la pitaya, hierbas que no sirven ni para alimentar animales. Todavía comían, en 1970, esos desgraciados indígenas (que ignoraban hasta su nacionalidad y no hablaban español), con carne de los burros salvajes que se desarrollaron en la isla Tiburón, en el Mar de Cortés, donde también se encontraba otro grupo de seris.

La riqueza de peces y mariscos de ese mar que oficialmente se conoce como Golfo de California, en nada beneficiaban a los seris que no sabían ni pescar. Lo que sí tenían era mucha hambre y autoridades que les volteaban la espalda.

Aunque la Cruzada Nacional Contra el Hambre enfocará, en primer orden, a 400 municipios la verdad liza y llana es que en los dos mil 135 municipios del país, el hambre está presente en primera fila, lo mismo en las colonias Resurrección o Colosio del Puerto de Acapulco, que en el lujoso desarrollo de Playa Diamante.

También en la capital de la República constate en los viejos tiraderos de basura de Santa Cruz Meyehualco, Santa Fe y el Bordo de Xochiaca, como un pequeño pepenador de 10 años disputaban con un perro los restos de comida que habían llegado al basurero.

Todos los reportajes contenidos en «México amargo», son la realidad del país, donde hay millonarios en dólares que aparecen en la revista Forbes y niños que no tienen para llevarse un mendrugo de pan o un pedazo de tortilla a la boca.

Leopoldo Mendívil logró otro éxito editorial

La segunda novela histórica del joven escritor Leopoldo Mendívil, «El secreto de 1929», será presentada mañana en la Feria Internacional del Libro en el Palacio de Minería.

Se trata de una obra donde se revela que en 1929 el Partido Nacional Revolucionario, abuelo del PRI, no fue el producto ni de la unión de jefes militares y caciques civiles, sino una maniobra política de Estados Unidos para apoderarse del primer partido que nacía en México después de la Revolución, con capacidad amplia para gobernar.

Como buen investigador e hijo de reportero que sabe buscar las noticias, Leopoldo Mendívil muestra en su libro informaciones que aún hoy causan sorpresa por la forma encubierta y descarada en que participaron los Estados Unidos en el nacimiento y el fortalecimiento del partido que hoy sigue gobernando a la Nación, después de un lamentable tropiezo de 12 años con la derecha reaccionaria que dejó a México hundido en más de 70 mil cadáveres.

En 1929 Mendívil escribe que «Tras las pruebas de que el general Obregón fue asesinado como parte de una conspiración en que involucran al presidente Plutarco Elías Calles y a grandes compañías petroleras, el agente Simón Barrón, José Vasconcelos y otros más, protagonizan una misión secreta para investigar las redes masónicas que están desestabilizando al país, creando desde el exterior un nuevo grupo político, el Partido Nacional Revolucionario.»

Seguramente el libro tendrá una gran aceptación, porque resulta muy interesante y actual. Y hasta la próxima semana, en este mismo espacio.

manuelmejido@hotmail.com