El sexenio que viene…

Tarea llena de retos para el mexiquense 

“Una de las consecuencias directas de la política,

por la civilización del espectáculo, es el desapego a la ley.”  Mario Vargas Llosa

Por Regino Díaz Redondo.- Se ha comprobado una vez más, y ésta desde el poder, que la derecha, ni siquiera la panista —que no es la peor aunque haya sido protagonista de la historia cristera— no es una solución para los problemas de México.

Los doce años de gobierno del inexcusable Vicente Fox y de Felipe Calderón demuestran la carcajada triste que nos dejó el distribuidor de refrescos de cola —burla para un país serio como el nuestro— y la falta de capacidad política del que se va con miles de muertos a sus espaldas sin entender para qué sirve manejar una nación necesitada de paz, progreso y avances sociales.

Careció de sentido de Estado, permitió que el narcotráfico lo rebasara y aumentó la dependencia del norte pese a sus obvios reclamos públicos, para justificarse.

Empezó sin más programa que combatir a los dueños de la droga. Hizo pública su intención —craso error—, arremetió contra ellos sin imaginación ni éxito; durante el sexenio aumentaron los peligros, creció la inseguridad, se puso al descubierto la contaminación entre funcionarios, empresarios, policías y soldados con los cárteles. Y el presidente fue derrotado, menospreciado.

Se burlaron de él, aunque su intención haya sido buena, porque los buenos no triunfan si carecen de imaginación y combaten con las mismas armas que el adversario que es experto en contiendas bélicas.

Si Fox fue rudimentario, personaje de una transición equivocada y nefasta, don Felipe —¡adiós, señor!— llegó a considerarse el mesías mexicano, salvador de todos los males, sembrador de una paz que nunca llegó, sino en féretros y rumbo al cementerio o colgando de nuestros puentes y cortada en pedazos en ayuntamientos y despachos de políticos venales.

Doctrina acabada

Triste historia de dos sexenios perdidos, más aún desaprovechados, que dan por cerrada la presencia del neoliberalismo latinoamericano por muchas décadas.

Afuera quedan muy pocos panistas inteligentes. Los hay y los hubo: los fundadores del partido:  Gómez Morín, Daniel Cosío Villegas y Diego Fernández de Cevallos, entre otros. Y alguno que pudiera surgir.

Pero la doctrina está acabada; la ideología panista es una copia del pasado porfiriato, herencia de latifundistas y producto ilusorio de la división de clases que cada vez pierde más adictos.

Los reaccionarios, paradójicamente, no han sabido reaccionar ni responden a las exigencias de la gente. Los mexicanos nos hemos dado cuenta que el futuro está en otras manos: en los descendientes de la Revolución, pese a las equivocaciones que hayan cometido en el poder, y en una izquierda pensante, nueva, que nace y se desarrolla en una familia con principios morales.

De estos dos grupos saldrán los presidentes que sustituyan a Enrique Peña Nieto y a él corresponde la responsabilidad de que no muera el PRI.

Destrozar rumores y combatir insidias

La tarea del mexiquense está llena de retos. Tiene que acabar con contubernios, eliminar los pactos existentes —hoy tú, mañana yo… ¿no?—, romper compromisos vergonzosos, acabar con promesas hechas al calor de la contienda, apartar a los advenedizos de siempre, oír los reclamos sociales cuanto antes, luchar contra los iluminados y olvidarse de las canonjías que muchos disfrutan hace tiempo.

El gabinete del nuevo jefe del Ejecutivo será el primer referente de otros muchos para conocer por cuál camino transitaremos por el presente y el futuro.

La paz social no es otra cosa que atender a los requerimientos de los necesitados —aún hay millones— emancipar a los azotados por caudillajes que persisten, reivindicar a los trabajadores sumisos a sindicatos de pacotilla.

Los empresarios que hacen dinero pero que también elevan el nivel de vida de sus obreros, bienvenidos; los protegidos, venga de donde venga esta protección, han de cambiar de actitud o perecer. Ayudantías, asesoramientos pagados y no comprobables, a la basura; subvenciones mínimas sólo a organizaciones que lo merezcan y rindan beneficios a la mayoría.

Los compadrazgos deben quedar en familia no servir para dar puestos públicos o privados a quienes los esgrimen como patente de corso.

El nuevo presidente ha de destrozar rumores y combatir insidias, apartar a los amigos de última hora —“yo siempre estuve con usted, licenciado”— y rodearse de gente fiable y emprendedora.

En puestos políticos clave, gente madura y sensible con ganas de servir. No hay mayor satisfacción que dar, es un placer inigualable, que lo entiendan los que se den por aludidos.

Casi podría decirse que de Peña Nieto depende la supervivencia de su partido como alternativa de gobierno porque esta oportunidad que se esperaba, no volverá si saliesen mal las cosas. Al joven presidente de Atlacomulco le está encomendada la labor de rescatar lo bueno de 70 años de mandato y borrar, en lo posible, equivocaciones, fracasos y abusos de poder ocurridos.

Recuerden que el tricolor mantuvo a México en paz —una paz cuestionable, sí— durante largo tiempo. Miles y miles se enriquecieron, mantuvieron cacicazgos y surgieron nuevos próceres falsos así como perduraron los privilegios minoritarios. 

Cárdenas y Alemán

Mas, consideremos que de Lázaro Cárdenas, tata bueno, inteligente y señorón de la política, hombre de campesinos y obreros, de expropiación legítima y de defensa de libertades europeas, pasamos al presidente caballero, Manuel Avila Camacho, de paso fugaz con un hermano, Maximino, de ingrato recuerdo.

Llegó Miguel Alemán, constructor de redes viales y grandes centros de habitación, que transformó ciudades y poblaciones en centros de trabajo, pero también propició enriquecimientos dudosos de élites desorbitadas.

Pero fue respetado y el pionero del México moderno con sus defectos y virtudes.

Los dos Adolfos

Lo sustituyó Adolfo Ruiz Cortines, el sobrio, “al trabajo fecundo y creador”, jugador de dominó tan bueno como colmilludo político, con una esposa de armas tomar.

Llegó Adolfo —el joven—López Mateos, que nunca habitó Los Pinos, permaneció en San Jerónimo, fue “de izquierda dentro de la Constitución”, cuando lo cuestionó el sector privado. Y cayó enfermo un año antes de terminar su mandato porque agotó esfuerzos e inteligencia. Tuvo imaginación, respaldó una política progresista, pero creó el delito de disolución social, después abolido, para destruir las protestas de los ferrocarrileros de Demetrio Vallejo.

Díaz Ordaz, Echeverría y López Portillo

El siguiente, Gustavo Díaz Ordaz, duro e intransigente, aplastó a los estudiantes en Tlatelolco y se hizo responsable de las muertes ocurridas en esa refriega. Terminó como embajador en España y denostó contra su sucesor, Luis Echeverría, al que descalificó públicamente en el aeropuerto de Barajas.

Con este último, llegó un periodo de izquierdismo un tanto sectario y sui géneris, algo demagógico, pero congruente con su modo de ser sus pros y sus contras. Estuvo a punto de hacerse realidad un golpe de Estado militar al final de su sexenio y sigue siendo escarnecido por quienes no conocen la verdadera historia de los acontecimientos suscitados en el transcurso de su tarea ejecutiva.

De José López Portillo —Quetzalcóaltl—, sólo puede decirse que la soberbia y el amor femenino le llevaron a cometer faltas imperdonables, a amenazar a periodistas directamente y a entregar poder y fortuna inmensos que él nunca tuvo.

Nadie lo acusa de aprovecharse —todo es posible— del puesto, pero sí a muchos de su corte. Y a su hermana y exmujer. Murió en una colina, defendiendo el peso “como un perro” y nacionalizando los bancos en la peor decisión tomada por presidente alguno. 

De la Madrid y Salinas

Miguel de la Madrid recibió un país endeudado —“con 50 dólares en las arcas, Regino”, me dijo—, trató de recomponer el país, sufrió, desaceleró a los desatados y se comportó lo mejor que pudo con respeto y dignidad.

¿Un presidente mediocre? No, un presidente que tuvo que afrontar los gravísimos problemas dejados por la frivolidad de su antecesor.

Vino Carlos Salinas de Gortari, político por antonomasia, intuitivo, inteligente, defensor de un neoliberalismo que dio frutos positivos y consiguió firmar el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica, uno de sus grandes logros.

La guerrilla maquillada, en Chiapas, dio al traste con su intención de ocupar la OCDE, que ahora ostenta quien fue, entre otros nombramientos,  secretario de Hacienda y de Relaciones Exteriores, José Angel Gurría. Fue Salinas un presidente de excepción y un hombre fuera de serie.

Y llegaron los tres siguientes, Ernesto Zedillo, hombre oscuro y traidor a su partido, Fox y Calderón, de los que ya hablamos.

Sólo falta referirme a Andrés Manuel López Obrador que acaba de hacer un gran favor a la izquierda inteligente. Con su actitud demagógica coloca a este nuevo movimiento a la espera de lo que ocurra en el futuro.

El tiempo dirá.