‘No le creo a las encuestas’

El concepto de probabilidad es muy poco asequible para el entendimiento usual.

Somos más proclives a pensar que dos más dos son cuatro, y nos cuesta mucho más pensar en hechos que no pueden ser precisos, como los resultados de una encuesta.

Por eso a veces es tan complicado comprender las encuestas.

Se trata sólo de estimaciones probabilísticas.

Pero, más allá de esta circunstancia, somos reacios a aceptar conclusiones que vayan en contra de nuestras creencias, no importa si tienen o no un sustento científico.

Estas reflexiones vienen a colación a propósito de las múltiples reacciones que se han producido a propósito de las encuestas que le dan un amplio margen en las preferencias electorales a Claudia Sheinbaum.

La reacción más primitiva, pero que está presente incluso entre personas pensantes es la que dice lo siguiente: “Yo he preguntado a todos mis amigos y parientes y van a votar por Xóchitl. Es totalmente falso que Claudia vaya adelante”.

Se trata de una de las falacias lógicas más usuales: la que toma un conocimiento particular y limitado, y pretende que sea una verdad general.

Pero, otros no aceptarían una conclusión tan evidentemente errónea.

Y más bien dicen: “Cómo van a querer llegar a conclusiones de los casi 100 millones de votantes con una muestra de mil personas. Por lo menos le debería haber preguntado a cien mil y verían como cambian los datos”.

Cuando daba clases de estadística hace muchos años utilizaba la metáfora de la cocina, para tratar de hacer entender el significado del muestreo.

Ningún cocinero o cocinera tiene que empinarse toda la olla de sopa para saber si está en su punto o no. Toma una cucharadita del recipiente y con eso ya sabe cómo va la cocción.

Toda la ciencia de las encuestas consiste en saber cómo tomar esa cucharadita para que represente a la totalidad.

Incluso, hay otros un poco más reflexivos que saben que el hecho de que una muestra sea de solo mil personas no desacredita a una encuesta.

Por eso, ahora lo que se ha puesto de moda es cuestionar los resultados por la elevada tasa de rechazo en los levantamientos.

En el año 2018, las tasas de rechazo en las encuestas registradas por el INE fluctuaron entre el 27 y el 60 por ciento.

Por cierto, las encuestas más precisas no fueron las que tuvieron una tasa de rechazo más baja.

Si el rechazo es aleatorio, es probable que corresponda a la distribución de la intención de voto.

La duda que existe, legítimamente, es si las tasas de rechazo superan el 90 por ciento, sobre todo en encuestas telefónicas hechas por robot, no habría un sesgo.

La discusión está abierta.

Pero, lo que es un hecho es que tasas de rechazo que estén por el 40 o 50 por ciento, en absoluto desacreditan una encuesta.

Las encuestas electorales en México tienen una historia compleja. Cuando empezaron a aplicarse, el hecho se consideró un gran éxito de la democracia pues las encuestas ejercían un control social que impediría un fraude.

Hoy, el problema, es que el gran volumen de encuestas de todos los colores y sabores, y muchas con escasa seriedad, pueden conducir a que las cosas sean al revés, que las encuestas validen un fraude.

La única manera de permitir que las encuestas sigan ejerciendo la función de control con la que nacieron es tomar en cuenta solamente aquellas con reputación y transparencia en su financiamiento.

A El Financiero le cuestan sus encuestas e incurre en ese costo por la ventaja reputacional y de lectoría que le otorga hacer este ejercicio.

Hay medios que, por el contrario, cobran por publicar las encuestas que difunden, lo que les quita confiabilidad.

Y también hay firmas encuestadoras cuya reputación no existe y se prestan de manera burda para hacer propaganda.

En estas circunstancias, y antes las limitaciones de la autoridad electoral, tendrán que ser los lectores y los ciudadanos quienes ejerzan el control tomando en cuenta sólo a las encuestas que tienen solidez, al margen de que las cifras correspondan o no a nuestras preferencias políticas.