En el Día de Muertos… setenta mil no saben que ya no viven
En todos los tiempos y en todas las culturas la incertidumbre por la muerte es una realidad. Es la veneración a la muerte uno de los pocos vínculos en la mitología de las diversas civilizaciones que han dejado huella en el mundo. Las antiguas religiones y las actuales hacen algún tipo de referencia a la muerte y su interpretación como una etapa de existencia después de la vida, es lo que denota la obsesión del ser humano por la inmortalidad y el eterno retorno a un estado que sólo deja de ser físico cuando se presenta la muerte.
La muerte significa una gran incertidumbre para el ser humano y suscita un gran dolor cuando algún ser querido muere. No existe comprensión ni resignación para aceptar que alguien llegó al final de su existencia y entonces es creada la expectativa de vivir después de la muerte y plantear el retorno en un futuro incierto o cíclico.
Para los mexicanos el ritual de la muerte es cíclico. Cada año los muertos regresan a reconocer su lugar entre los vivos y estos los esperan con la alegría correspondiente al que se fue de viaje y regresa y por ello se le agasaja ofreciéndole las bebidas y platillos de su preferencia, se le obsequian flores y entona la música de su preferencia.
El Día de Muertos es la fiesta de la veneración de los que regresan una vez al año desde la muerte para “convivir” con sus seres queridos. Para los mexicanos es un día de festejo y de juego con la muerte, que se manifiesta a través del arte popular con expresiones originales, evocando en todo momento el esqueleto humano que a todos nos hace iguales, como las calaveras de dulce, de chocolate y de amaranto; el pan de muerto, calabaza en tacha, dibujos de esqueletos, papel picado con la imagen de “La Catrina”, imágenes que recuperan rasgos físicos de personajes con alguna fama pública a los que se hace la burla en su campo de acción dentro de las artes, ciencia, deporte, política y demás.
Con todo respeto los familiares preparan ofrendas para recordar a los que se han ido pero sólo por hoy regresan para estar con los futuros muertos, en la ofrenda se ponen alimentos, flores y objetos personales del difunto. La creencia dice que los seres queridos regresan para disfrutar de lo que en vida gustaban.
México es un país mágico que sabe llorar y sufrir a sus muertos y que encuentra pronta resignación cuando el difunto muere en su aposento rodeado de sus seres queridos. Para ellos el festejo del día de muertos tiene el significado de la alegría y bienvenida para el que regresa por una ocasión en el año para acompañar a los que permanecen en la vida.
Pero el sentimiento de alegría no es compartido por los vivos cuando el recuerdo del difunto está relacionado con la violencia porque perdió la vida en medio de un conflicto o la vida le fue arrebatada cuando “todavía no le tocaba”. En este estado de ánimo se encuentran actualmente miles de familias mexicanas que perdieron a algún ser querido por causa del combate a la delincuencia organizada que ha dejado dispersos muchos cadáveres en todo el país.
Muchos muertos regresarán y no tendrán un altar con sus gustos que les dé la bienvenida porque sus parientes no se han enterado que están muertos. Porque para saber a alguien muerto debe pasar por el ritual del sepelio donde se lleva a cabo la despedida y el hasta luego y la cita a la que todos acudimos el Día de Muertos, en la casa de la familia o en la tumba que se habilita como mesa para comer y beber en el lugar de reposo, de estancia del difunto.
Más de setenta mil hombres y mujeres murieron en estos seis años de guerra que no es reconocida con este nombre pero que todos identificamos porque los muertos denuncian que no es un combate aislado sino una guerra con su cuota de cadáveres y estos 70 mil muertos son esa cuota que unos han cobrado y otros pagado para que unos bolsillos se llenen de dinero y otros se llenen de lágrimas por sus muertos y otros por no encontrar a sus muertos y otros muertos que no saben que ya no están vivos.
Para ellos no habrá ni platillos, ni bebidas, papel cortado, dulces, tequila o mezcal, calaveritas de azúcar, música, flores y bailes. Los setenta mil muertos del gobierno de Felipe Calderón tendrán coraje, indignación, tristeza y enorme e insaciable sed de justicia que tendrá que esperar hasta que llegue la resignación y muchos muertos se enteren que ya no están vivos y muchos vivos encuentren a sus muertos para poder hacer la cita a la que todos acudimos, aunque nos atrasemos, o a la que otros asistieron cuando “todavía no les tocaba”.