La nueva genética hará dioses a unos pocos y nos devolverá a todos a la Edad Media
Las nuevas tecnologías reproductivas que están en fase experimental ahora mismo prometen acabar de raíz con enfermedades genéticas como el cáncer o el alzhéimer. Pero también abren la puerta a que los padres puedan elegir a la carta cómo será el hijo de sus sueños: superhumano, más inteligente, fuerte y longevo que nosotros.
Todas las conversaciones que hemos mantenido en estos últimos meses con expertos para preparar el episodio 4 de Control Z: la aristocracia genética (sobre estas líneas) han acabado inevitablemente con referencias a Gattaca. La película, dirigida por Andrew Niccol, es un clásico de culto de la ciencia ficción que narra un futuro distópico en el que la supremacía genética es la clave para organizar una sociedad dividida en castas perfectamente segregadas. La película se estrenó en 1997, pero los avances científicos de los últimos años han hecho que el mundo que propone esté más cerca de hacerse realidad que nunca.
Por lo menos así lo creen científicos como Dov Greenbaum, profesor de Biofísica Molecular y Bioquímica de la Universidad de Yale, que publicó el año pasado un artículo en la revista Nature titulado «Gattaca sigue siendo pertinente 25 años después». En la película, hay dos castas que recuerdan a las que describe Aldous Huxley en su libro Un mundo feliz: los válidos, cuyos embriones fueron seleccionados genéticamente para obtener bebés sin defectos y con capacidades físicas e intelectuales en el percentil más alto de la sociedad. Y los inválidos, que son aquellos que nacen por el método natural y que, como todos nosotros, son propensos a enfermedades hereditarias, se quedan calvos a los 40 y llevan gafas para corregir el astigmatismo.
En la película, solamente los válidos pueden soñar en convertirse en astronautas, atletas de élite o acceder a los puestos de poder. Mientras que los inválidos son seres imperfectos que no pueden tener responsabilidades más allá de mantener limpias las oficinas o servir a los válidos.
Greenbaum asegura que, desde que se estrenó la película, la ciencia ha sido capaz de descubrir muchas de las tecnologías que se describen en Gattaca. Ahora, ya se puede secuenciar el genoma de forma rápida, precisa y barata para identificar a una persona. También se han publicado estudios de asociación del genoma completo —que encuentran variaciones genéticas asociadas a una enfermedad concreta— y herramientas de manipulación genética de gran precisión como la biología sintética y CRISPR.
“Definitivamente, nos estamos acercando a Gattaca, pero no estamos ahí todavía”, nos cuenta Greenbaum en una entrevista por videoconferencia. “Sin embargo, creo que la película nos lleva a debates muy interesantes sobre lo que es esencialmente la información genética compleja. Podemos abordar algunas cuestiones éticas, cuestiones sociales y legales que puedan surgir. Pero lo que me parece muy interesante y es realmente relevante hoy en día es este tipo de tecnología que nos permite leer un genoma y tal vez hacer una predicción”.
Esto no quiere decir, explica Greenbaum, que estemos cerca de poder elegir el embrión que vaya a ser el próximo Messi o el siguiente Nobel de biología. La tecnología, dice, no ha alcanzado todavía esa capacidad de descubrir todas las variantes e interacciones genéticas que hacen falta para conseguirlo.
En Gattaca, esa tecnología ya funciona. Los padres de la película han concebido a sus hijos mediante fecundación in vitro y la clínica les ha ofrecido, entre todos los embriones disponibles, una selección de los más fuertes, más altos y más listos. Hay parejas que quieren que su hijo sea un gran pianista y eligen al embrión que tenga una mutación que le hace tener seis dedos y tocar así piezas que son imposibles para un humano común. Hay otros que sueñan con tener un medallista olímpico, así que la clínica les selecciona el embrión con un corazón fuerte y el mayor potencial atlético posible.
El fin del sexo
Ese futuro no está tan lejos. Hank Greely, director del Centro de Derecho y Biociencias en la Universidad de Stanford, predijo en su libro The End of Sex (El fin del sexo) que en solo dos décadas la mayoría de las parejas preferirán la fertilización in vitro a la natural. Esa técnica, explica, será mucho más segura de lo que es ahora, porque no necesitará extraer los ovarios de la madre, una operación que a día de hoy aún conlleva riesgos. Para 2040, dice Greely, ya se habrá perfeccionado la tecnología que permite convertir cualquier célula normal, como la de la piel, en células madre que luego se pueden convertir en células reproductivas como óvulos o espermatozoides.
Una vez fecundado el óvulo, dice Greely, se podrán obtener una gran cantidad de embriones —él estima que unos 100 aproximadamente— de entre los cuales elegir no solo el que sea más sano, sino también el sexo, el color de ojos o de pelo.
A día de hoy, las parejas que optan por la fecundación in vitro ya pueden elegir embriones que no vayan a desarrollar ciertas enfermedades genéticas. Lo que falta para llegar a Gattaca, y ahí coinciden tanto Greenbaum como Greely, es la tecnología que permita calcular la probabilidad de que un embrión acabe desarrollándose en una persona superinteligente o con una fuerza extraordinaria.
Esto, en teoría, también se podría conseguir con otra técnica muy controvertida, la herramienta de edición genética CRISPR-cas9, que puede modificar los genes de embriones y gametos. Esta tecnología se conoce como edición genética de la línea germinal y es una de las cuestiones más polémicas entre los investigadores. Por un lado, por el gran riesgo que supone aplicarla —aquí tampoco se conocen los efectos que se pueden producir en el cuerpo al modificar, eliminar o cambiar un gen por otro— y, por otro, por las cuestiones éticas derivadas de su uso.
Editar el gen de un embrión, un espermatozoide o un óvulo, provocaría que esa mutación artificial pasara también a toda su descendencia. El consenso general tanto entre los científicos como entre los mandatarios de los países es que no se puede usar con fines reproductivos. Además, solo se permite la investigación con embriones durante las primeras semanas de su desarrollo y bajo la vigilancia de los organismos reguladores.
Límites a los bebés de diseño
Sin embargo, en 2019, el investigador chino He Jiankui se saltó todas las vigilancias de los reguladores chinos y de sus colegas científicos al anunciar el nacimiento de Lulu y Nana, dos bebés modificados genéticamente, y otro más que estaba en el vientre de una mujer en esos momentos. He asegura que ahora las niñas son inmunes al virus del sida, pero ni él ni el Gobierno chino han dado información sobre su estado actual. He se ha pasado tres años en prisión como consecuencia de este experimento y salió a la calle el pasado diciembre con la intención de seguir investigando, aunque, por lo que dice ahora, no en bebés humanos.
La noticia horrorizó al mundo, pero también fue la demostración de que la técnica funciona, por lo menos por lo que se sabe del experimento. El último libro del profesor Greely se llama CRISPR People y cuenta precisamente la historia de He. En él, Greely también propone implementar mecanismos de vigilancia dentro de la propia comunidad científica para poder dar la voz de alarma en el caso de que algún investigador decida lanzarse a experimentar con embriones humanos sin el control debido.
Para muchos, este tipo de modificaciones abre la puerta a crear bebés de diseño, niños elegidos a la carta según los gustos de sus padres. Esa nueva raza podría acabar siendo tan perfecta como los válidos de Gattaca, aunque aún falta mucho para eso. No tenemos el conocimiento del cuerpo humano necesario para hacerlo posible, sobre todo en lo que se refiere a los rasgos de la personalidad, como una mayor agresividad o una mayor inteligencia. Para conseguirlo haría falta superar una de las grandes fronteras de la medicina: entender perfectamente el funcionamiento del cerebro.
Cuando hablé con Greely por videoconferencia, le pregunté qué podemos hacer para evitar que este tipo de tecnologías tan peligrosas para el futuro de nuestra sociedad se desarrolle sin control. Primero me tranquilizó, diciéndome que él no piensa que la edición genética en embriones humanos vaya a ser tan eficiente e importante en el futuro. Pero luego me dijo que limitarla es como poner puertas al campo. Nada impide que un país las desarrolle siguiendo sus intereses económicos o políticos y que acabe convertido en un paraíso genético al que peregrinen las parejas deseosas de tener el hijo de sus sueños.
Aun así, no es partidario de su prohibición, sino de su regulación. Esto permitiría continuar investigando sobre ellas y, sobre todo, poder tratar enfermedades hereditarias en bebés que vienen por parte de los dos padres, como la fibrosis quística. “Probablemente, nunca lleguemos a controlar del todo su desarrollo, pero será suficiente como para mantenerlo a un nivel muy bajo. Creo que cuanto más popular y útil es algo, cuanta más gente quiere algo, más difícil es de regular”, explica el profesor. “No estoy a favor de una prohibición total. No tengo claro cuánto perderíamos si la prohibimos, porque no está claro cómo va a funcionar. Pero estoy a favor de la regulación, aunque sé que la regulación nunca será perfecta, porque nada de lo que hacemos es perfecto”.
Greely propone que la regulación se asiente en los siguientes tres principios: “Que se permita si es seguro. En segundo lugar, si no es eficaz, no lo permitas. Si no funciona, es menos preocupante que la seguridad, pero sigo pensando que no se debería cobrar a la gente cientos de miles de euros por hacer algo que no funciona. Y tercero, creo que los países tienen derecho a regular basándose en la moralidad. Y si Alemania dice, no queremos esto, pero Dinamarca dice, sí, nos encanta esto, me parece bien. Aunque espero que ambos lo apliquen”.